
No siempre el “fiado” es sinónimo de solidaridad. A veces no es de “fiar”
Las crisis económicas generan las más extremas complicaciones. Que no alcance para la comida es la peor de todas. Platos vacíos en las mesas más vulnerables, las devoluciones permanentes en las cajas de los supermercados hasta por el precio del pan, la compra por unidad aunque sea un caldo para sopa se trasforman en lo más doloroso.
Pero también reaparecen los manotazos de ahogados con salvavidas como el trueque, recolectar lo que puede convertirse en moneda y el famoso “fiado” en la despensa del barrio.
Sobre todo en los sectores más alejados donde los laburantes salen temprano y regresan por
la tarde, cansados de trabajar o de buscar ocupación. Sin efectivo ni tarjetas en esos bolsillos anoréxicos no queda otra opción que el almacén de la esquina, donde la generosidad “fía” hasta fin de la quincena o del mes.
Pero ese “fiado”, muchas veces, no es de fiar frente a la equivocada concepción de “salvarse solo” mirando poco para el costado. Nadie pide que no se gane porque es un negocio pero tampoco cargar más de la cuenta la mochila del que está caído.
En ese marco, la generosidad del “fiado” no es tal, en la mayoría de los casos. El dueño de la despensa o el almacén es el único que anota y a la hora de sumar, la deuda acumulada espanta al consumidor que había estimado varias veces menos. Es cierto que la inflación afecta sensiblemente los precios pero no es menos real que, a veces, se afina el lápiz para el lado del más vulnerable aunque el que le saca punta, también necesita.
Es cada día más notable la compra en el barrio no sólo por la cercanía sino por el “fiado” que suele oler a “aguante generoso” pero con “yapa”, en algunos casos.
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